Mi corazón es sólo un músculo de tela y alambre de
espino. Incapaz de sostener una sonrisa por más de un segundo, me resisto a
creer que todo ha terminado… Y es que sé que nada ha terminado.
Con la mirada perdida desato mis deportivas y, aun
sentado en mi cama, sueño con bajar las escaleras y sentir la alfombra de agua que
se extiende por las calles. Son tantas las ganas por volver a percibirlo que,
con las prisas, me desgarro la piel por un lateral del pulgar. No hay tiempo.
Si quiero llegar a conseguirlo tengo que ser más raudo que el viento que empuja
a las nubes; quiero sentirlo.
El tropiezo que supone el intentar deshacerme de unos
pantalones ajustados, hace que mi cabeza choque contra la puerta de la habitación.
Pero no importa, la sangre no afecta a mi voluntad; ni si quiera el dolor,
imperceptible.
Ya sin ropa recuerdo que abrí el portón de la entrada como
jamás lo había hecho, queriendo salir, involuntariamente, antes de girar el
pomo. Ello supuso otra contusión en el hombro, magullado por el marco de
madera. Bajé los escalones de dos en dos, de tres en tres… hasta que dejé de sentir
el peso de mi cuerpo sólo en los pies y comencé a sentirlo alrededor de todo el
cuerpo. Era casi obvio que a esa velocidad me terminaría precipitando.
Pero qué más daba. Ahí estaban mis ojos, frente a frente
de la puerta de cristal opaco que vertía sobre mi rostro brochazos de colores
grises, púrpuras y blancos. Entonces un estruendo hizo de mi piel ensangrentada
un estallido de emociones ensalzados por una luz que, justo después de irradiarlo
absolutamente todo, de la misma manera cubrió con un manto de oscuridad al
barrio entero. Si el clamor de una tormenta podía provocar en mí esas
sensaciones, ¿qué no podría encontrar afuera?
Las manos me temblaban y el crepitar de mis huesos se
entrelazó con un hormigueo que anulaba cualquier movimiento brusco. Fue la
única acción pausada: Abrir la puerta.
El iris de mis ojos cubrió casi en su totalidad a las
pupilas, tejiendo sobre ellas hebras de un color verdoso que se hacía cada vez
más nítido conforme las lágrimas brotaban a más velocidad. Mis pies sobre un
prado líquido de gotas que endulzaban el cielo y la brisa, con un sutil aroma a
humedad y a tierra mojada, percibiendo cómo una miríada de chispas arropaban a cada
uno de mis poros de frío y una percepción de desnudez ante el mundo entero.
Fue entonces cuando me di cuenta de que, todo lo que
creía haber sentido, era mentira.
Una cruel realidad que pulía la visión que tenía sobre
cada cosa que estaba a mi alrededor, personas, objetos, emociones… Todo falso. Apariencia
inexistente de una vida sin vivir: ése era yo, mi lema y lo que había sido
desde siempre. Fue en ése preciso momento cuando exploté en mí mismo. Las
heridas que tenía alrededor de todo el cuerpo se convirtieron en las puertas
hacia mi delirio.
En cada uno de los cortes profundos introduje los dedos y
comencé a desgarrar la carne, la piel a tiras salía despedida entre rayos y lluvia,
nada sentía, sólo una visión irreal de un charco de agua roja que se iba
agrandando a la par que mi sensación de vacío. No paré hasta que dejó de haber
músculo y algo amarillento se interpuso entre mis dedos, quedándose pegado a mí
como el papel mojado. No sabía qué era aquello, sólo que no me importaba; como
todo lo demás.
Por mucho que intentase seguir quitándome aquellas cosas
alargadas, no dejaban de salir de mi interior. Entonces, sin pensármelo, corrí
lo más lejos que pude.
Alcancé a la tempestad y, mucho más allá de las nubes y
de aquellas calles anegadas, continué corriendo hasta que una tierra casi seca me
indicó el camino: Unos pastos que brotaban frescos entre una inmensidad,
esculpida por el sol dorado; parecían bañados por un mar de luz. Fue donde
decidí plantarme.
El sueño ahogaba mi mirada. El sol secaba el poco cuerpo
que me quedaba y pronto sentí que no era capaz de sentir. Ni una lágrima, ni
una sonrisa, ningún gesto y ninguna emoción. Parecía un muñeco de trapo.
¿Qué es una vida? En verdad nunca lo supe, e imagino que
habrán más como yo, en otros prados, preguntándose exactamente lo mismo…
Mientras, yo continúo aquí, observando cómo el mundo se mueve a mi alrededor, incontables
amaneceres y atardeceres, frío, calor, lluvia, sol, algún que otro animalillo a
mis pies y un par de pájaros que ya se han acostumbrado a mi presencia y ya ni
si quiera me tienen miedo.
Será porque piensan que no soy de verdad, que no soy más
que un montón de paja en forma de persona. Y yo me pregunto, ¿habrá alguien que no lo
sea?
Hay algo más, algo que con el tiempo me he dado cuenta y
que creo que esas aves que se posan en mis brazos cada mañana, deberían empezar
a saber:
Soy humano, a pesar de que mi corazón sea sólo un músculo de tela y
alambre de espino.
A veces un corazón de alambre y espino siente mucho más que todo el músculo y sangre que compone nuestras vávulas. Será que... no hemos visto suficientes atardeceres, ni hemos corrido lo suficiente para encontrar un paraiso inerte. Dónde el corazón, apenas importa.
ResponderEliminarUn beso, Jose :)
Muy grande la reflexión Ili!
ResponderEliminarGracias ^^
Es la primera vez y quiero hacer conocer el blog!!!
ResponderEliminarte espero por http://lablogoteca.20minutos.es/todo-preescolar-15750/0/
Espero te guste!!
Muy bueno tu blog!!!
Gracias
saludos