14 junio 2012

Imagina ser sangre



No hay mayor sed que la de la venganza. Pero en vez de saciarla con agua, imagina satisfacer esa ansiedad de semblante infinito con un almíbar épico, clamoroso. La ceniza que esculpía la tierra de pululantes rojizos reflejaba en el cielo nocturno el nacimiento de un nuevo color: el carmesí enlutado.

Sosteniendo entre sus manos el último trozo de historia en forma de espada, el cordón astillado que separaba a la Tierra de su extinción absoluta dependía de él, de permitir que su odio envainase a la esperanza. Pues en sus ojos se hallaba el fuego que habría de quemar los irrevocables fragmentos sembrados por el humano. Hundirla en su carne. Voltear el orgullo que de sangre llenó un mundo del que antes sólo brotaba agua. Lo miró a los ojos como quien sabe que está observando al último ser de una raza, con cierto asombro y una pizca de regocijo. Eso ínfimo que sollozaba era sólo un trozo de él mismo al borde de su extinción; su propia extinción.

El redundante zumbido de una expresión sin sentido vibró en su afilada hoja. “Lo siento”, como un aire moribundo, fétido. Cuando una disculpa huele mal es que detrás de ella sólo hay mierda.

Incansable, la batió una vez más contra su endeble torso. El último sonido de una especie fue el chasquear de un esternón, como cuando cae un árbol y se tronchan las ramas de una fertilidad destinada a servir como leña. La madera que hoy arde muerta estuvo viva en el olvido.

¿El mundo que habitamos crece como el árbol que nace olvidado?

Siembra semillas si sabes por qué las entierras, siembra cuchillas si no quieres saberlo. Así sólo nos quedarán dos opciones cuando recojamos lo que antaño plantamos…

 Quizá no estemos hechos de sangre sólo porque sea un compuesto esencial que nutre nuestros cuerpos, si no que somos de sangre porque sangramos, nos cortamos, sufrimos y ése sea el fruto de la vida.

El fino hilo de agua dulce que sacia a una montaña, a las raíces que la sostienen y la fina ralladura de un río, que es la lluvia espolvoreada que endulza a bosques, montes y parajes de perennes tonalidades. Sólo la imaginación es libre. Imagina que tienes vida. Imagina que eres creador de tu imaginación y que la única condición es no crear sobre lo que ya esté creado. Imagina ser imaginado.

Cuando el hecho de ver ya no tenga ningún sentido para ti sabrás que la sangre no es roja, que su color, en realidad, siempre fue el carmesí enlutado.

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