El aburrimiento desangra mis ganas de seguir;
el tedio de vivir sentado, esperando que algo me levante.
Cuando ni oigo ni veo más que carne golpeando
teclas, comienzo a sentir que vibra el suelo, que pronto vendrá el tren.
Las sombras galopan cubriendo la bóveda de un
viejo pueblo rodeado de calina y paz. Bañado de un moribundo oro, un valle cuyo
color comienza a oxidarse. El argumento perfecto para un cuento que no posee
principio ni trama, sólo un final.
La tarde ya sucumbe ante la noche, pero querría
aprovechar los últimos rayos de un tímido sol para ir hacia ése lugar…
La ropa de la vida son los ojos con la que la
vemos, ciérralos, abre tu mirada. Desnuda tus párpados, aleja tus pestañas, son
sólo piel y pelo, sólo sirven para vestir tu alma. Me disfrazaré de viento, de
río o me envolveré en arena... dejaré que de mí se nutran las raíces, seré
tierra mojada, la corteza de un fresno o la nieve de una montaña.
La razón se inventa una frase que es reformada
por el corazón, “no supo vivir hasta que dejó de morir”. El todo es un trozo de
tela que se rasga y se cose continuamente, y son las cicatrices del hilo y las
punzadas de la aguja lo que nos otorga nuestra singularidad, nuestra forma de
comprender la vida a través de un tejido propio. Las hebras de mi vida son los
rayos de un sol que ahora sé que es de mentira, que ni calienta ni da luz, que
no da vida y que lo quema todo. Me arrojaré a él para salvar a la noche, seré
Luna, seré brisa con sabor a sal de mar. Reflejo gris de un témpano
inconsciente de albor, que no sabe que existe, que no cree en la muerte y que
se extingue…
Las gotas de sangre que empapan el folio donde
me despido me hielan la piel. Él mismo me ha cortado. Siempre quise ser de
barro, y al menos servir de talismán a algún alma perdida… Pero me he dado
cuenta de que la extremaunción de un sentimiento es el folio que te corta
después de haber descrito tu propia muerte.
Quemaré este papel que, aun siendo de tela, ha
hecho sangrar a un trozo de barro…