Sería injusto que fuese descrito como voz. Apenas fue un
tono por encima de una sutil brisa de otoño. Susurros de caramelo y ámbar. Un suspiro
tras otro tejían a diversas velocidades un ovillo de deseo y lujuria, todo se
reducía a deshacerlo y rehacerlo de nuevo, una y otra vez… Hasta que se hilaba
un gran gemido y la aguja se fundía entre dos bocas; un punto y seguido de un
trenzado en donde el tiempo tenía prohibido existir.
El recuerdo de un sabor, un olor o un sonido tienen una
función en el lapso que constituye una vida. Es algo que aprendí aquella noche,
tenemos cinco sentidos; y tres le pertenecen.
Los surcos de unos labios inolvidables se abren paso en
mi mente, rozan su puerta, ésta emite un leve chirrido y… les recibe mi
imaginación. No lo entiendo. ¡Yo antes vivía ahí! Todo fue un error en el sistema
nervioso, una droga, un vicio que ralla lo sobrenatural y que me posee a cada
hora, a cada instante. Los sueños me han robado la vida.
Holograma de azúcar y azufre en donde sólo puedo saborear
su dulzor pero no lo amargo. No percibo dónde empieza la luz y dónde acaba la
oscuridad, aquí dentro todo es de colores. Cielos azules con alas que raptan a
verdes bosques mientras los amarillos de las fuertes corrientes de viento chocan
contra las rocas púrpuras y hacen saltar chispas granates, todo ello cubierto
de unas nubes grises cargadas de lluvia naranja.
La única coincidencia, idéntica a ambos lados de la
puerta, es el color de las nubes.
Hubo un día en que creí que volvía a existir. Miré dentro
de mi alma y, entre un lánguido atardecer, vi un ángel postrado entre una
intensa bruma. Parecía inundar de silencio un grito de luz que retumbaba en mis
labios, haciéndolos vibrar de frío. Fue un beso. Uno de verdad.
Cuando quise mirar a la luz de sus ojos, ya era de noche.
Nunca antes me había dolido soñar, no tener el control de
mi realidad. Recuerdo que pensé que ya no podía sentir más, que ya no podía
temer más. Moría mi alma. Pero sus labios volvieron a mi boca. Creí que iba a
despertar en cualquier momento, después de tanto soñar, aquello no podía ser
real… Sus labios regresaron y yo estaba más despierto que ningún día de mi
vida.
Cuando se gastó la cera, la llama de la vela se apagó.
Cogí el folio en donde había dibujado unos luctuosos labios de colores y lo
besé. Tras acariciar el lomo de mi gato, que se encontraba jugueteando con un
ovillo de lana, ya casi deshecho por sus fauces, salí de aquella habitación. La
esencia de los hilachos quemados y la aromática cera derretida quedó tras de mí,
extinguiéndose poco a poco, como un efímero perfume evaporando una insípida
realidad.
Moriré por siempre.
Es increíble como haces llegar tan profundamente al corazón un sentimiento, un momento, un trozo de ti en forma de palabras.
ResponderEliminarSea un estracto de tu vida o sea producto de tu imaginación, cada texto que escribes me hace vibrar.
Sabía que no tardarías en escribir, eres letra viva.
¡Muchas gracias! Tus palabras me reconfortan, señor Anónimo, (yo también vibré al escribirlo)
ResponderEliminar:)