La historia de un
grito puede ser corta, larga, desgarrada... Pero la angustia, como Sancho a Don
Quijote, es la que le proporciona la cordura. Conceder alma a un aullido, a un
lobo que sin voz, aúlla a la Luna reflejada en un lago sin agua.
La quietud del
alma se da ante una vida insulsa, en donde la única duda se tropieza con qué
comer y cuándo dormir…
Pienso, después de
haber leído que “tenemos aproximadamente los ojos cerrados la mitad de nuestra
vida”, que sólo merece la pena vivir una de las dos partes. La que no hablas,
ni molestas, ni sientes dolor, ni consumes, ni casi existes… sólo de párpados
hacia adentro. Soñar es el dolor que cura, la realidad pintada, el principio
borroso con final fluctuante.
Cuando salen las
lágrimas calientes es porque ya has vivido bastante en este infierno. Las llamas
te han azotado lo suficiente como para brotar ceniza de tus ojos y decides que
ya está bien; ya está bien…
El miedo de vivir
nos empequeñece, el miedo a sentir nos congela, el miedo… El miedo inhibe la
duda, y yo hay noches que no dudo de nada.
Sólo somos una
coma en una historia que no tiene principio ni fin.
Me he visto demasiado reflejada en esta entrada como para añadir nada más. Supongo que puede parecer de locos o suicidas no dudar de nada esas noches, pero si no te suicidas en este caso estás dejando a un lado la vida.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, Cath. La vida de párpados hacia adentro es demasiado difícil...
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