26 julio 2013

12:33

En un atisbo de esperanza, he comenzado a creer que si la vida es una gran sorpresa, la muerte podría albergar una mucho mayor.

El molino, que antes mecía sus aspas sutilmente para sacarle el alma al grano de trigo, ahora mueve sus cruces de madera a la velocidad de un huracán, sin distinguir mijo, harina o personas. Todo se lo lleva. Todo sale muerto desde el día que decidieron hacer de mi molino un matadero de seres humanos.

Desde que vinieron con aquellos barcos, con sus vestimentas raras y esa araña de madera con la que decían que debíamos “confesar nuestra herejía”, no he podido evitar preguntarme si realmente saben lo que significa ser hereje. Hipócritas.

Aunque poco a poco, me cuesta más trabajo pensar… No sé cuánto tiempo llevo aquí encerrado.

Quizá, si supiese volar, esto no habría pasado. Volar supone no tener que posarse sobre sentimientos que duelan, noticias que emborronen la existencia; evidencias que, sabiendo volar, mantendría lo suficientemente lejos como para no recordarlas. Pero por mucho que el olvido me haya arrojado al vacío, donde no hay nada más que muerte sin tiempo fijo, los ecos de luz en forma de rayo solar me alcanzan a las 12:33 de cada mañana, y, por un minúsculo agujero, por tan sólo un minuto al día, me quemo en el tiempo y me arrojo a morir entre su fulgor. ¿Cómo es posible tener los ojos cerrados si los párpados se han evaporado por el calor de los sueños?

A las 12:33 irradié el aroma de mi muerte, me dejé ir. Mi destino era el Sol (mi Dios) y éste me mostró su forma de ver y comprender la existencia.

Él me enseñó que el sudor de la noche no es más que el rocío de la mañana, un esfuerzo por salir el Sol, una carrera milenaria por abrazar a la Luna. “La sangre es de luz cuando el amor es infinito”, me dijo. Rayos rojizos de cobre y rubíes amanecen alabando la voluntad de un gesto que llena de vida todo lo que antes sólo era oscuridad.

¿Qué haces para no quemarte de odio y rencor entre la maldad que exhibimos nosotros los humanos? –le pregunté.

Utilizando su lenguaje, donde su léxico lo forman lienzos de luz y susurros de calor, Él me respondió: “Yo sí creo en ti. Creo en todos vosotros. La fe hacia el amor es la insurrección continua de mi albor y vehemencia. A la protección que os entrego, allí la llamáis de otra forma; esperanza”.

Capaz fui de escapar y vivir; pero hubiese sido incapaz de olvidarla. Hubo un mundo que, hace muchos años soñé una noche mientras dormía abrazado a ella, ya casi no lo recordaba… Había océanos en el cielo, las nubes no estaban, en su lugar se esparcían playas de arena, más clara, más oscura… Recuerdo que llovía dientes de león con olor a mar. La tierra era de azúcar tostada que tibia se dejaba sentir en mis pies descalzos. Y cuando quise encontrar el cielo, que pensé que por alguna parte debía de estar en aquel mundo de ensueño, hubo un gran terremoto con doble epicentro, tan fuerte, que concentró el azul infinito de nuestra bóveda celeste en dos grandes ojos.

Me miraba. Era ella. Su piel se teñía de luz y me sonreía aquello que el Sol me dijo: esperanza. Sus pupilas albergaban un sistema binario estelar compuesto de eternidad y amor, éste último, en un estado de pureza que jamás pensé que podría llegar a sentir.

Fue la primera y última vez que lo comprendí todo: Somos un poema sin rima, una canción sin música, un beso sin labios. Somos lo que nunca hemos vivido, somos aquello que soñamos.



12 julio 2013

Piélago de luz

Un cambio. Un camino a la nada. Una nueva forma de sentir…

Con susurros de vidas pasadas, voces presentes y bramidos del futuro.

No sólo se percibe la magia a través de los ojos, de hecho,